Para hablar de esta novela, empecemos por el principio, y el principio es un título que en mi mente imita a A veces vuelven de King y desplaza el foco del dónde -la ciudad, el verdadero foco de esta novela de McCammon- al quién.
El dónde en el que transcurre gran parte de la historia que se cuenta en Bethany's Sin es un suburbio urbano limpio y ordenado, aunque un poco demasiado tranquilo. Y si es cierto ese nomen omen, sobre una ciudad que lleva la palabra pecado en su nombre, yo me haría unas cuantas preguntas antes de irme a vivir allí con toda la familia.
Porque, aunque Bethany's sin parezca el lugar ideal para criar a tus hijos, también hay que decir que detrás de tantas sonrisas amables se esconde la mueca de gente que sueña con colgar la cabeza cortada de un hombre en su repisa de la chimenea.
Bethany's Sin en el original] es el tercer esfuerzo de Robert McCammon como autor después de Baal, un deslumbrante debut de un chico que acababa de cumplir veintiséis años en aquel momento.
Cuando escribió Bethany's Sin, McCammon tenía veintiocho años. No ha pasado mucho tiempo desde su primera novela, pero la presión ya debe de estar aumentando. Al fin y al cabo, si tienes que medirte a diario con King -una gigantesca piedra de toque para cualquiera que tenga algún éxito en el campo de la ficción de género-, acabas teniendo que producir novelas para alimentar periódicamente una máquina, la máquina editorial, que te mastica hasta que consigue consumirte por completo.
A McCammon esto le ocurre unos quince años después de su debut. Estamos en 1992, para entonces ya tiene trece novelas y colecciones en su haber (una media de un libro al año) y, probablemente agotado, decide tomarse un largo descanso de la máquina de escribir.
O eso o tirarse al alcohol, diría King.
Pero apenas dos años después de Baal, McCammon sigue siendo un joven prometedor. Así que en 1980 firma el contrato para esta novela sobre un veterano de Vietnam que se ve enfrentado a un puñado de amazonas resucitadas.
TRAMA
Si quisiéramos leer la novela utilizando únicamente la lente de la metáfora, podríamos decir que El pecado de Bethany es la historia de un hombre contra la guerra.
Por un lado, tenemos a Evan Reid, el protagonista, que ha vivido en el infierno, ha sufrido el encarcelamiento y la tortura y ha conseguido, trabajosamente, escapar de él. Por otro, están las mujeres que hacen de la batalla y la carnicería su única razón de vivir.
En realidad, sin embargo, hay más.
Son años difíciles para Estados Unidos. Es un periodo oscuro y desastroso política y socialmente: desempleo desorbitado y marginación de las clases más pobres por un lado, conservadurismo progresista de la clase alta por otro.
Es la época de Reagan y de una sociedad que encerraría alegremente a los pobres en un gueto, para no volver a pensar en ellos.
Así que los que pudieron abandonaron las ciudades para refugiarse en esos hermosos suburbios urbanos que conocieron, en esta época, el apogeo de su desarrollo.
Los años 80 fueron también los del Amanecer de los muertos vivientes, La sociedad y Ellos viven, por citar sólo algunas películas que explotaban el terror y lo grotesco para narrar un periodo histórico muy concreto.
En este clima de incertidumbre y desconfianza, en el que no hace falta nada para encontrarse en medio de la carretera y en el que cada oportunidad que se presenta hay que aprovecharla sin pensárselo demasiado, se desarrolla la historia de los Reid.
Él, Evan, un veterano que tiene sueños proféticos y ambiciones como escritor; ella, Kay, que soporta a duras penas las visiones de su marido y arrastra a todo el mundo a Bethany's Sin porque le ofrecen providencialmente un trabajo en el campus de la ciudad. Justo cuando más problemas tienen, después de que Evan pierda su trabajo por casi intentar matar a su jefe.
Ya ves las coincidencias.
La vida en Bethany's Sin es estupenda, si no fuera porque los vecinos son tan perfectos que parecen falsos. Las calles con poco tráfico, la vida de la comunidad despojada hasta los huesos.
Un lugar tranquilo. Sí. Un lugar demasiado tranquilo.
Retrocedamos una década más o menos por un momento. Es 1972 e Ira Levin nos da la buena novela que es Stepford Wives. También allí, un suburbio urbano que haría la boca agua a más de un agente inmobiliario esconde, bajo el barniz de un lugar de lujo destinado a la clase media, un pequeño parque de atracciones de los horrores.
Si he optado por traer a colación a Levin, no es para demostrar que puedo construir un mapa conceptual, sino porque las historias parecen versiones especulares la una de la otra.
En Stepford estábamos dentro de una comunidad dominada por el Club de Hombres, cuyo fin último era convertir a sus compañeras en robots sexualmente satisfactorios. En El pecado de Bethany, en cambio, son las mujeres las que se cooptan para convertir a sus maridos en esclavos sexuales, lisiándolos como a cualquier Annie Wilkes para que no huyan, y utilizándolos para engendrar hijos. O mejor dicho, hijas, porque los varones son en su mayoría ofrecidos a la Madre Naturaleza y desechados como chatarra inútil (y si esto les parece excesivo, recuerden que vivimos en una época en la que el infanticidio femenino sigue siendo una lacra generalizada).
En definitiva, en el pecado de Betania nos encontramos con una comunidad en la que la relación entre los sexos se ha puesto patas arriba, con los hombres reducidos a un mal necesario cuando son útiles para la reproducción o, en el peor de los casos, convertidos en divertidas presas a las que dar caza en las noches de luna.
La idea es interesante. El desarrollo, un poco menos.
Ciertamente, hay que reconocerle a McCammon el mérito de haber intentado renovar el topos de la ciudad encantada utilizando un antiguo y legendario linaje de guerreros como agente corruptor. La referencia a la mitología -aunque sea una mitología reutilizada- es continua. Evan se enfrenta a la Reina-Alcaldesa de las Amazonas como en una reedición moderna del mito de Aquiles y Pentesilea, lo que contribuye al carácter épico del enfrentamiento final. Igual de curiosa es la interpretación que se hace de la espléndida Artemisa Efesia.
Sin embargo, a las mujeres del pecado de Betania les falta algo importante: voluntad. Quienes actúan contra Evan y los demás hombres no son las mujeres que pisan el pecado de Betania tras la estela de un camión en marcha, sino sus envoltorios, en los que han acechado los espectros de las últimas Amazonas.
Eso sí. Soy consciente de que probablemente no era la intención de McCammon iniciar un debate sobre las relaciones de género con una novela de terror pero, desde mi punto de vista, el de la lucha entre géneros se ha convertido en un macrotema que se ha adueñado de la historia. E, inevitablemente, de la crítica.
El problema es que a lo largo de la novela no hay ni una sola figura femenina digna de mención. Todas son o bien incapaces de defenderse de la influencia de la reina-alcaldesa (es el caso de Kay, la mujer de Evan) o bien fatuas de una sola línea.
Y esto es lo que, mientras leía, me llamó la atención como la cabeza de un hombre de dos metros de altura sentado frente a ti en el cine, molestándote mientras ves la película.
Para decirlo sucintamente: en Ellos esperan no hay ni un solo personaje femenino que tenga profundidad de perfil. Sin embargo, es una novela en la que las mujeres desempeñan un papel central. La única que se desvía de esta planitud es la alcaldesa del pecado de Betania, pero incluso en ella la voluntad queda supeditada al poder de las amazonas.
Las mujeres del pecado de Betania son criaturas débiles y sugestionables. Sólo adquieren fuerza y poder cuando las Amazonas las poseen, dejando de existir.
El ejemplo lo da Kay, la esposa de Evan. Si McCammon la hubiera elegido en el papel del héroe, estoy convencido de que toda la novela habría ganado no sólo en originalidad, sino en el fortalecimiento del tema central, que trata de enfrentarse a los propios miedos y debilidades a costa de la propia vida.
Así que en lugar de eso tenemos el personaje de una mujer obtusa y algo histérica que niega la evidencia hasta el punto de casi morir y que se salva sólo porque su marido acude en su rescate, sacrificándose por ella.
A esto que, para mí, es el mayor defecto de la estructura narrativa se añade un manejo poco óptimo del suspense.
Y aquí, de nuevo, me veo obligado a establecer comparaciones con Levin.
Si en Stepford Wives no nos damos cuenta, hasta el último capítulo, de que las paturnias de Joanna no son realmente paturnias, de que a sus vecinos les pasa realmente algo, aquí el intento de McCammon de jugar con el elemento sorpresa fracasa sin remedio.
La impresión que uno tiene mientras lee es que el autor estuvo dudando hasta el final si revelar la naturaleza de la alegre comunidad de Bethany's Sin de inmediato, o mantenerlo todo oculto para el gran final.
No funciona. No funciona porque que en Bethany's Sin las mujeres no son lo que parecen lo entendemos prácticamente desde el primer encuentro con las vecinas.
Lo entendemos pero no el protagonista que, a pesar de los sueños premonitorios tarda media novela en darse cuenta de que debe hacer las maletas y marcharse inmediatamente.
Y sí, la solución se la grita prácticamente al oído el marido mutilado de su vecina.
Pero aún hay más.
Llega el momento en que Evan se convence de que todas las mujeres que le rodean son unas locas asesinas. Sin embargo, a pesar del elefante que baila en su habitación, no pestañea cuando el médico del único centro médico de la comunidad le dice que tiene que llevar a su mujer, que para entonces ya ha demostrado que ya no es ella misma, para que le hagan pruebas.
¿Lo más gracioso de esa escena? El hecho de que Evan no se vea obligado a entregar a su mujer la misma noche en que el médico irrumpe en su casa. No. La ingresa tranquilamente a la mañana siguiente. Cuando la mayoría ya habría embarcado en el primer vuelo de ida a Alaska.
Este es el momento en que se revela todo el mecanismo de la novela, un mecanismo que debería haber permanecido oculto a los ojos del lector. McCammon necesita que Kay vaya al hospital. Necesita que Evan esté solo. Lo necesita para cerrar la novela. Y lo hace enviando a la lógica a recoger margaritas.
MI OPINION
Por desgracia, un estilo rico en imágenes y fuertemente evocador -una escritura capaz de transparentar la página permitiendo al lector ver la escena descrita- no es suficiente para levantar el juicio sobre una novela en la que el tema central se desarrolla por inercia y en la que el protagonista tiene un arco de transformación que parece forzado en comparación con el desarrollo de la trama.
En conclusión, Ellos esperan es una novela que potencialmente recomendaría a los nostálgicos de cierta forma de hacer terror, hermano de los años ochenta. Pero, por otra parte, yo no me molestaría en buscarla.
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