martes, 19 de noviembre de 2024

Los Senderos del Terror es un libro de Robert McCammon, que nos muestra una mirada introspectiva en las venas de los EE-UU.

Los-Senderos-del-Terror-McCammon

 

Como es bien sabido, Nueva Inglaterra es la región de Estados Unidos situada al noreste del país donde desembarcaron los Padres Peregrinos procedentes de Inglaterra en 1620, fundando la primera gran comunidad puritana del Nuevo Mundo. La región, ribereña del Atlántico, incluye los estados de Maine, New Hampshire, Massachusetts, Vermont, Connecticut y Rhode Island. E incluso después de estas pocas líneas, el consumidor habitual de terror estadounidense se sentiría como en casa: el Maine de King, los Nathaniel Hawthorne y Edgar Allan Poe de Massachusetts, el Lovecraft de Rhode Island... Pero, después de molestar a los clásicos, Lincoln Child nació en Connecticut, Christopher Golden de nuevo en Massachusetts, el desconocido (para nosotros) F. Brett Cox viene de Vermont, e incluso Dan Brown -que no tiene nada que ver con el horror, pero rezuma gótico- nació en New Hampshire.

No se trata de un registro estadístico trivial, sino del hecho de que el «corazón» podrido del gótico americano, donde las llamas del Infierno arden eternamente y Dios nunca se revela justo y misericordioso, sino siempre un vengador despiadado, nació, ha cambiado y aún vive (hay una Asociación de Escritores de Terror muy grande en Nueva Inglaterra). Es el puritanismo fundacional, caracterizado por la extrema ortodoxia de la Nueva Inglaterra primitiva, que tuvo que vérselas, sin resolverlas del todo, con la paranoia de la brujería del siglo XVII, inmortalizada en la literatura por Nathaniel Hawthorne y Arthur Miller con La letra escarlata y El crisol.

Para los que vayan al cine, hay algunas películas basadas en la primera, una firmada por Wim Wenders y la última estrenada por Roland Joffé, mientras que del texto de Miller se adaptó La seducción del mal - El crisol, de Nicholas Hytner. Y esta referencia cinematográfica no es casual, porque la estética de Nueva Inglaterra, que siempre coincide con la sustancia, también pasa por aquí: por esas comunidades cerradas, con mujeres y hombres vestidos de negro con los uniformes típicos de los peregrinos, donde la culpa y el pecado, siempre citados como hombres del saco, hacen que los victorianos de la Inglaterra decimonónica parezcan izquierdistas progresistas, y donde al Diablo y al Mal, no por casualidad con mayúsculas, les gusta más lucirse porque siempre se les pone en entredicho. Hay una línea «gótica» ideal que transcurre entre el ayer y el hoy, a partir de películas como El oscuro secreto del hogar de la cosecha, de Leo Penn, ¿Quién es el otro?, de Robert Mulligan, Bendición mortal, de Wes Craven, El regalo, de Sam Raimi, sin olvidar las casi siempre desafortunadas secuelas de los diversos Niños del maíz, de King, y la relativamente reciente La aldea, de M. Night Shyamalan. Night Shyamalan: siempre se trata del alma más verdadera y atormentada de la Nueva Inglaterra gótica, donde la diversidad y la modernidad son tachadas de «brujería» y los intrusos encuentran un desagradable final. El mismo espíritu que anima El camino oscuro, de Robert McCammon.

McCammon, sin embargo, va más allá. Para que sus personajes interactúen en este gran teatro de pasiones y pulsiones que es El camino oscuro, el escritor necesita un lugar genuinamente conservador, donde el sentimiento generalizado de intolerancia social pueda expresarse en su más odioso uniforme racista. Nueva Inglaterra, en este frente, no puede serle de ninguna ayuda, ni podría funcionar de forma creíble, al haber desempeñado un papel clave en la abolición de la esclavitud durante el siglo XIX. Mejor en este sentido, también porque McCammon nació allí y la conoce bien, es la Alabama conservadora y aislacionista de las décadas en las que se desarrolla la historia coral que se cuenta en El camino oscuro (los años cincuenta, sesenta y principios de los setenta). Esa Alabama donde se fundó el Ku Klux Klan y donde los negros siguen teniendo sus demasiados problemas. Una región en la que hasta un cura blanco, medianamente progresista, puede resultar salpicado de brea y plumas, porque se dice de él que «no desdeña a el coño negro».

El trasfondo está definido. Y, llegados a este punto, el prefecto no tiene que cometer el pecado mortal de hablarte del libro. Sino de intentar, en la medida de lo posible, trazar las líneas de un efectivo pronto cinematográfico. Digamos que, como casi siempre con McCammon, a la tercera línea estamos inmediatamente «in medias res», gratamente enfangados en ese humus puritano donde la e-redención de Nueva Inglaterra y la culpa de la tragedia de Salem están mediadas por esas muchas «prohibiciones», cuyo tòpos más eficaz es el «lugar oscuro y prohibido donde no se debe ir», con todas las metáforas que se puedan proponer al respecto. Una región -una América- donde el fanatismo religioso puede matar por sobredosis y donde un arcaico conflicto 'fundacional' trastoca los parámetros del Bien y del Mal en 360°: es esa América que teme y odia todo lo que no comprende y que no está homologado a una idea 'superior' de conformidad social. Las mujeres, los negros, los chicos que se 'salen del coro': todos enemigos en esta sociedad arcaica y casi tribal, en la que encuentran su lugar las ideas típicas del puritanismo jesuítico (aún muy presente en cierta religiosidad básica y 'popular'), para la que la ma-enfermedad sólo entra en el cuerpo tras el 'pecado cometido', y donde el sentimiento de culpa incorporado al alma se apodera de él como una duda eterna y lacerante.

En este pantano, que no puede ser más gótico, se recogen ecos familiares y se pagan fichas culturales en ese gran y placentero juego de referencias cruzadas que es el terror contemporáneo. Compruebe usted mismo si le vienen a la cabeza otros autores, películas o corrientes... El Mal que es una criatura que cambia de forma y as-sume todos los aspectos que quiere («... que nunca se rinde y se adapta a los cambios del tiempo»), es decir, vampiriza formas, pero su sustancia típica es un color, el negro. Los poderes sobrenaturales son distribuidos (¿por quién?) por predestinación, sin posibilidad de libre albedrío. El «don» (el Don) que te elige y a menudo, sobre todo por sus repercusiones sociales negativas, es cualquier cosa menos un don. De ahí la extrema soledad de quienes tienen y manifiestan poderes extrasensoriales: Billy, uno de los protagonistas, posee -como el famoso niño de la película de Shyamalan- el Sexto Sentido y puede ver a los muertos, sobre todo a los inquietos. Y puede ayudarles a encontrar el camino de vuelta a la senda correcta. Pero todo esto resulta ser para él una condena a vivir al límite, en la frontera entre la vida y la muerte. Y el «pequeño pueblo» que no puede faltar se llama, casualmente, Hawthorne. Y el antiguo folclore de los pieles rojas, en el que se encuentra un Dios universal que se dirige a todos, blancos y negros. Y la buena y antigua «brujería», que utiliza hábilmente hierbas para curar los males del cuerpo. Y, de nuevo, la maldición en la carretera, en la que la ira de un fantasma de la carretera provoca accidentes de coche en cadena.

Pero la cosa no acaba ahí. Porque también nos encontramos con una casa maldita muy buena, la «casa Booker» que se cierne sobre Hawthorne como la de Micha-el Myers en Haddonfield. Tenemos el tema ultraclásico, sobre todo en el ci-nema, de la noche del baile de graduación, el baile que en el gótico americano se ha convertido, desde hace treinta años, en el momento elegido para el desencadenamiento de las fuerzas del Mal. Añadamos el melancólico parque de atracciones ambulante, el funhouse que nos retrotrae a Bradbury y Tobe Hooper, con su carga de freaks, Mr Dark, espectáculos «falsos» con fantasmas «reales», Doctor Mirakle, circos de los horrores y tiovivos embrujados. De Pennywise a Carnivale, pasando por Taken de Steven Spielberg, es un territorio vasto e imaginativo del que muchos escritores de terror no tienen intención de liberarse. Aquí y allá una atmósfera tipo Grindhouse. Sexualidad, un toque de tabaco, un «doble» invisible... ¿Aún falta algo? Sí.

Leída en 2008, La vía oscura resuena con ecos kingianos y lan-sdalianos. Me vienen a la mente Los chicos del maíz, La zona muerta e incluso Pet Sematary (Toby, el perro que vuelve vivo tras ser atropellado por un camión, se parece a la versión canina del gato Church), adolescentes con poderes paranormales y padres de los mismos (el piadoso reverendo Falconer es la alteridad masculina de la madre de Carrie White), y de nuevo niños que luchan contra el oscurantismo racista como En el fondo del pantano de Big-de Joe.

Pero, ojo, Los Senderos del terror fue escrito a principios de los ochenta, y entre los muchos ingredientes del plato expresa una función social, de denuncia del horror, que nos viene de tiempos pasados. En la picota, aún de actualidad, el fanatismo religioso de los predicadores televisivos, mucho más interesados en el negocio que en la salvación de las almas piadosas que les escuchan; aquellos que siempre invocan a Satán como hombre del saco social y tal vez lo utilizan en secreto; aquellos para los que, por supuesto, el rock es la música del diablo; aquellos que, autoproclamados «cruzados del bien», queman libros y discos en la plaza pública (como los nazis de memoria no del todo enterrada y ciertas franjas islámicas); aquellos para los que los Beatles de pelo largo, Cream, Sam the Sham y los Pharaohs (¡Wooly Bully! ) son todos gentuza productora de «música yonqui pecaminosa»; aquellos que representan a una mayoría no tan silenciosa e indudablemente armada; aquellos que, como locos telepredicadores y grandes manipuladores de las masas, son al final los verdaderos agentes del Mal.

En este punto, guardo obediente silencio sobre el libro. Mencionaré, si puedo, algo sobre McCammon que aún no se ha dicho. A dos grandes que han marcado como pocos la historia de la novela negra y de suspense en Italia, Laura Grimaldi y Marco Tropea, debemos la entrada del autor de La Vía Oscura en nuestro país. Eran finales de los años 80 y la pareja milanesa, que acababa de dimitir de Mondadori, había creado una nueva editorial cuyas decisiones serían determinantes para el futuro de los géneros «pop» que orbitaban alrededor del magma agradablemente confuso del thriller. El hard-boiled, la novela negra, la ciencia ficción, el noir italiano, pero también el terror, convergieron en un único acrónimo, Interno Giallo, para recordar al mundo que todavía se trata de literatura de «tensión». Gracias al G & T conocimos a James Ellroy, Andrew Vachss, Jerome Charyn y (disculpen si no es suficiente) los comienzos de Giancarlo De Cataldo y Pino Ca-cucci. Para el terror stricto sensu, se centraron en nombres desconocidos de extraordinaria clase como K.W. Jeter, Jack Curtis, Stephen Gallagher y (allá vamos) Robert McCammon. Un autor, como se ha escrito, natural de Ala-bama, uno de los favoritos de la casa Gargoyle y muy querido en Italia, que debutó con su décimo título, Mine. Si recordarlo hace justicia a Gri-maldi y Tropea (que tituló deliciosamente el libro en italiano Mary Terror, jugando con el nombre y apellido de la psicópata protagonista Mary Terrell), salta a la vista la paradoja selectiva -y angustiosa para tantos otros escritores anglosajones- que imponen las leyes del mercado, al menos aquí en Italia. Donde precisamente te pueden traducir y conocer tu décimo título. Interno Giallo no se limitó a Mine y propuso en el 92 Boy's Life, una extraordinaria respuesta, impregnada de amor por el cine y nostalgia, a Different Seasons de King, titulada The Belly of the Lake. Era el segundo libro de McCammon en Italia, el undécimo en América (donde se había publicado el año anterior), aparte de muchos relatos dispersos aquí y allá en diversas antologías.

Aunque la experiencia «en solitario» de Interno Giallo cesaría pronto, absorbida por Mondadori y transformada en serie, el paso de McCammon en Italia estaba por entonces bien asentado. Y, en evidente desorden cronológico, aparecieron en estrecha sucesión los siguientes títulos: Baal (su título de debut), el fluvial y apocalíptico Canto del Cisne (Tenebre) y luego, diluidos poco a poco, la ciencia-ficción Stinger (L'invasione), la acción «realista» Gone South (L'inferno nella palude) y Bethany's Sin (Loro attendono, un título tan paradigmático como siempre, dado que se publicó en Estados Unidos en 1980 y en Italia en el 96). Luego el silencio, un apagón que en realidad era un espejo perfecto de la «crisis de crecimiento» que golpeaba al otro lado.

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