Después de haber leido una obra monumental como lo es Mundo Sin Fin del británico Ken Follett la casualidad hizo que comenzara a leer otra obra que es exactamente el opuesto en cuando a cantidad de páginas: El Viejo del Mar una de las mejores obras del autor de Por Quien Doblan las Campanas, Ernest Hemingway.
Sobre ambos libros les hablé en esta Comunidad haciendo una breve síntesis y un comentario sobre la trama.
Hoy voy a compartir con todos los #blurtters literarios de esta comunidad mis impresiones acerca de otra obra de pequeñas dimensiones en cuando a sus páginas (al igual que El Viejo y el Mar no supera las 150 páginas) por lo cual podría considerarse un libro "chico", de esos que -con un poco de "entusiasmo literario"- pueden leerse en dos o tres días, o más concretamente en un fin de semana.
Claro está, no por ser pequeño es una obra literaria menor. Un Viejo Que Leía Novelas de Amor, es a mi juicio, una de las mejores o tal vez la mejor obra del escritor chileno Luis Sepúlveda, emigrado durante la dictadura militar de Pinochet a Europa donde residió hasta su muerte -uno de los primeros fallecidos "ilustres" a causa del Covid-19- alternando su residencia entre Alemania y España y colaborando activamente con los grupos internacionales de Greenpace, entre otros.
Ambas obras, la de Hemingway y la de Sepúlveda, están unidas por el hilo conductor de la soledad y el medio ambiente que la rodea, girando alrededor de la figura de un hombre ya anciano en un entorno natural que en el caso del escritor estadounidense es el mar y en el caso del escritor chileno es la selva amazónica.
Del resto hay muchos puntos en comun entre ambos libros. La caza del hombre al animal como último recurso pero siempre en pleno respecto de las leyes de la naturaleza. Y el hombre luchando de igual a igual en un combate impredecible hasta el final.
No hay alegría en la victoria del hombre sobre el animal. Solo una amarga tristeza que, por imperio de las circunstancias, ha hecho necesaria tal acción. En un caso para sobrevivir (el pez espada), en el otro para protegerse de la furia asesina de la hembra del tigrillo a quien un irresponsable cazador ha exterminado todos sus cachorros por el simple placer de coleccionar algunos cueros.
Y en una cabaña perdida en el confín peruano-ecuatoriano-brasileño de la selva amazónica, un viejo que desde hace muchos años ha dejado la "civilización" de las sierras ecuatorianas para venir a vivir en la selva pasa su tiempo libre, cuando no caza para sobrevivir o captura serpientes para extraer y vender su veneno, leyendo novelas de amores desesperados pero con un final feliz que le trae dos veces al año su amigo dentista que llega a la aldea El Idilio para curar los dientes de sus pocos habitantes, en su mayoría colonos y b uscadores de oro.
Trama-
La novela cuenta la historia de Antonio José Bolívar Proaño, (un nombre ilustre como le dicen sus amigos haciendo alusión al apellido del libertador sudamericano) al que se refiere simplemente como "el viejo", otra analogía con la novela de Hemingway.
Comienza contando su vida en la región del Amazonas ecuatoriano, en un par de hectáreas que le regaló el gobierno de su país para que las desboscara y se construyera su propia cabaña.
Toma contacto con los indios shuar, vive un tiempo con ellos y adopta sus usos y costumbre.
Vuelve atrás en el tiempo cuando vivía con su mujer (tan joven como él, incluso menor de edad) en las sierras ecuatorianas en casa de sus suegros. Cuando estos fallecen le dejen la casa en herencia, pero logran apenas a sobrevivir y a procurarse el sustento.
En ese contexto llegan a la conclusión su esposa (o él) son evidentemente estériles, ya que no pueden concebir hijos y eso para la mentalidad arcaica y conservadora de los otros aldeanos es un grave pecado.
Deciden así trasladarse a un rincón perdido del Amazonas donde, al menos, tienen una cabaña de propiedad donde cobijarse. Comida nunca les falta. Animales y frutos salvajes abundan. Aparte captura serpientes para extraerles el veneno y venderlo. Y también captura monos y hermosos pájaros de colores para venderlos en la más cercana ciudad que es El Dorado.
Pero las condiciones de vida no son fáciles. Las constantes lluvias, el peligro de contraer la malaria y otras fiebres provocadas por la picadura de mosquitos y otros insectos, hacen que su esposa no logre sobrevivir al segundo año de estadía.
Viudo y aislado de la civilización encuentra en los indios shuar verdaderos amigos con quien comparte amistad y conocimientos. Aprende a cazar, a pescar y a vivir en total autonomía.
En esas circunstancias conoce a un cura que, cada semestre, es enviado por la Iglesia a regularizar situaciones de concubinato y otras tareas espirituales. Mientras espera la llegada del barco que lo llevará de regreso a su ciudad el sacerdote pasa el tiempo leyendo la biografía de San Francisco de Asís.
El viejo (que no sabía de saber leer y lo había comprobado en oportunidad de las últimas elecciones) quería interesarse en la lectura, pero no sabía de qué género literario comenzar. Consultado el sacerdote le respondió que había muchísimos tipos de novelas y al enumerarle las principales el interés recayó sobre las novelas románticas, de amor.
Otro visitante ilustre a la aldea El Idilio (así se llamaba el lugar al borde del río Nangaritza) era el dentista que también cada seis meses instalaba una silla de dentista gigantesca en el embarcadero a pocos metros del barco que lo había traído y procedía a la extracción de dientes y a la venta de dentaduras.
El viejo había sido uno de sus primeros clientes y entre ambos había nacido algo parecido a una amistad. Era el propio dentista quien cada vez que venía le traía un par de libros de amor, de sufrimiento, pero con final feliz (ese era el requisito) con los cuales el viejo pasaba la mayor parte del tiempo, primero deletreando las palabras y luego leyendo más rápidamente. Con lugares y personajes que su mente no lograba ubicar en modo preciso, pero con una precisa idea de lo que era el bien y el mal. Leía 4-5 páginas en una tarde y luego se dedicaba a hacer vagar esos recuerdos que se referían a veces a ciudades como Florencia, Roma, París, Madrid, en un mundo, hasta ese momento, totalmente desconocido para él.
En una de esas tardes la calma de la aldea se ve alterada por un hallazgo macabro. En una canoa que se acerca a la orilla traída por el oleaje del río hay un hombre muerto y si bien el alcalde del lugar trata de acusar a los indios shuar del homicidio el viejo se encarga de demostrarles que quien ha causado esa muerte es una tigrillo hembra. Y se recuerda que tiempo cuando vivía con los indios shuar él mismo había matado al único cazador sobreviviente de una verdadera matanza de tigrillos, hembras, adultos y cachorros por el solo gusto de llevarse la piel.
Por ese motivo se había visto obligado a dejar la aldea shuar. Porque debería haberlo matado con la cerbatana como reza la tradición indígena para que el alma de los indios asesinados -también por los cazadores- descansara en paz.
La hembra del tigrillo sobreviviente trata de vengarse con todos los seres vivientes que encuentra a su paso: hombres, animales y de a poco pasa a representar un verdadero peligro.
Por este motivo el alcalde organiza una excursión llegando como guía principal al viejo, único verdadero conocedor de todos los secretos de la selva amazónica. Un anterior safari fotográfico con turistas estadounidenses a los cuales el viejo se había negado a acompañar terminó en un verdadero desastre, con uno de ellos muerto, atacado por centenares de pequeños monos, inofensivos a simple vista, pero letales cuando se reúnen en gran cantidad.
El alcalde, un personaje profundamente corrupto y venal, lo había amenazado con desalojarlo con la policia porque no tenía los papeles que confirmaran su propiedad. Ante esa disyuntiva el viejo decide, a su pesar, de acompañar la expedición en busca del tigrillo y el alcalde renuncia a cualquier tipo de reclamo sobre la propiedad del viejo.
Con un alcalde burócrata y totalmente desacostumbrado a andar en la selva, con la parsimonia y la sabiduría de Antonio Bolívar que conoce esa parte del Amazonas como la palma de su mano y un grupo de habitantes seleccionados que lo respeta se adentran en los misterios de una jungla que les reserva una sorpresa a cada paso.
Después de recorrer algunos kms llegan a la cabaña de un personaje apodado Alka-Seltzer por su manía de tomar esos analgésicos para el mal de estómago. Lo encuentran muerto, al igual que su compadre, con las señas del tigrillo. Se acampan y de noche sientan la bestia que merodea la cabaña olfateando todos los olores humanos.
Es demasiado para el alcalde y sus subordinados quienes deciden regresar no sin antes hacer una propuesta al viejo. Lo dejan solo y si regresa con el cuero del animal tendrá como recompensa cinco mil reales.
El viejo acepta no por la recompensa, sino para sacarse de encima un entero pelotón de personas que sirven solo para molestar, retardar los recorridos y causar más ruido del que se requiere en esas circunstancias.
Al día siguiente con una lluvia torrencial decide ir él mismo a buscar al tigrillo armado con su machete y la escopeta de dos caños. Lo ve en lo alto de una colina y ambos se observan. Luego el tigrillo desaparece. Así en un sinfín de oportunidades.
El viejo estudia su recorrido. Está por anochecer y sabe que en la oscuridad será presa fácil para el felino. Cuando ve que la bestia se aleja y se pierde de vista comienza a correr en dirección al río para buscar una protección mejor.
Lo que no cuenta es con la inteligencia del tigrillo que anticipa esa estrategia y lo ataca a mitad de camino. Pero no para matarlo, sino simplemente para señalarle el lugar en su pareja, el macho, está gravemente herido en una pata con la infeccion ya avanzada, producto del disparo de un cazador. La hembra lo mira a menos de cinco metros como indicándole que acabe con los sufrimientos de su compañero.
El viejo con un nudo en la garganta se acerca al macho y le dispara matándolo. La hembra se aleja y Antonio Bolivar regresa caminando hasta el borde del río donde encuentra una canoa de grandes dimensiones dada vuelta. Se mete dentro para protegerse de la lluvia.
Sin embargo a medianoche siente de nuevo el tigrillo merodeando y entiende que ahora la lucha será sin cuartel entre ambos.
Apenas se alza la luz del alba sale de su escondite escopeta en mano y ve al felino a pocos metros de distancia. El tiempo para llevarse la escopeta a la altura de la cara, tomar la mira y disparar en el preciso instante en que el tigrillo haciendo un salto prodigioso vuela por el aire con las garras que buscan su garganta.
La lluvia de perdigones lo alcanza cuando está muy cerca de golpear a su adversario y cae muerto a sus pies.
Con lágrimas en los ojos, nudo en la garganta y muchísima ternura el viejo lo empuja hasta el río para que la corriente se lo lleve, pensando con rencor a esos malditos cazadores que están arruinando su amado Amazonas.
Corta con el machete una gruesa rama y apoyándose con ella a modo de bastón emprende el regreso rumbo a El Idilio.
Mi Opinión.
Es difícil no emocionarse con el relato de Sepúlveda. En el preciso momento en que su libro era premiado en Burgos (España) Chico Mendes su amigo y defensor del medio ambiente y de su Amazonas natal era asesinado por un grupo de hombres armados.
Mendes se había transformado con sus denuncias en un elemento peligroso para todos aquellos que estaban (y están aún) haciendo del Amazonas un verdadero y propio negocio, a la vez que una tragedia ambiental.
Los verdaderos responsables nunca fueron encontrados y ninguna persona de relieve fue llevado a juicio.
El libro mismo es una denuncia contra cazadores furtivos y la tala indiscriminada que se está haciendo en el mayor pulmón verde del planeta.
Y es difícil no emocionarse con la genuina sinceridad de esa persona que libra su propia lucha en medio del inmenso verde del mayor humedal del mundo. Y pasa su tiempo libre leyendo novelas de amor haciendo vagar su imaginación más allá de los confines de sus propios conocimientos.
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