lunes, 20 de enero de 2025

Muerte al Alba de Robert McCammon, es considerada por la crítica en general, como su mejor novela.

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Hacia 1990 Robert McCammon estaba en la cima absoluta de su popularidad. Desde su debut en 1978 con «El príncipe de los infiernos«, había ido construyendo una carrera modélica, fundamentada en el ascenso del terror a la categoría de género bestseller. A las ventas, se le sumaba el reconocimiento crítico, con múltiples nominaciones y victorias en los premios Bram Stoker.

En medio de todo esto, en 1991, publicó la que es considerada por muchos como su mejor novela, Muerte al alba (publicada también con el nombre de La Vida de un Chico), que no solo le cosechó su tercer Stoker (en novela, quinto en total), sino que le valió también por primera vez el World Fantasy Award y, de hecho, es una obra que calificaría antes de fantasía que de terror.

«Muerte al alba» es ni más ni menos que la típica historia nostálgica de maduración, ambientada unos treinta años antes, en 1963, narra un año en la vida de Cory Mackenson, pero no un año cualquiera, sino el año en que cumple los doce, esa edad crítica en la que a menudo se da la transición entre la niñez y la juventud. Todo comienza con un evento disruptivo, pues Cory, que acompaña a su padre en el reparto matutino de leche, es testigo de cómo alguien se deshace de un cadáver, arrojándolo dentro de su coche a un profundo lago, conocido únicamente por los locales.

Reseña.

 

Es una fría mañana de primavera, justo antes del amanecer. Cory Mackenson acompaña a su padre en el reparto de leche. De repente, un coche aparece delante de ellos, salta el borde y se precipita a un lago que se cree sin fondo. El padre de Cory hace un intento desesperado por salvar al conductor, pero en lugar de ello se encuentra cara a cara con una visión que le perseguirá y atormentará durante mucho tiempo: un hombre muerto, esposado al volante, desnudo y salvajemente golpeado, con un cable de cobre enroscado alrededor del cuello. Las profundidades del lago reclaman coche y cadáver, y el asesino se pone de nuevo en marcha en cuanto Cory y su padre inician la búsqueda de la verdad.

Hasta ahora, Zephyr, el pequeño pueblo de Alabama donde vive Cory, ha sido un lugar sereno y acogedor, pero ahora, con el fantasma de un hombre enterrado en el lago y bárbaramente asesinado exigiendo justicia, todo se vuelve desconocido y amenazador. Y surgen pistas y sugerencias aterradoras: el terrible clan Blaylock, que no duda en disparar para defender sus turbios negocios; una sociedad secreta de hombres unidos por el odio racial; una negra de ciento seis años, llamada la Dama, que puede hablar con las serpientes y oír las voces de los muertos; una criatura viscosa que nada en el vientre del lago; y una bicicleta con un ojo dorado.

Corrimos, jóvenes furias
junto a los ángeles y aún más lejos
a bosques más profundos y oscuros
abajo con los demonios y aún más lejos.
Nos asomamos al cristal de Cola
en el horizonte extremo y perdido
a esos mundos mágicos se vuela
no se cruza ese puente.
Queríamos a esos perros, hermanos,
y las motos eran cohetes en el día
de la carrera hacia los espacios más bellos
hasta Marte, más allá y de vuelta.
Como Tarzán, saltando entre lianas
con la brillante espada del Zorro
como Bond, entre las hazañas más extrañas,
la fuerza de Hércules en cada coyuntura.
Mirábamos al futuro y más allá
a tierras lejanas, a prados
Donde sin edad todos
fuimos agraciados por el tiempo.
Llenamos la vida de vida
De risas, huesos rotos y carcajadas.
Esa edad que ahora veo secuestrada
pero es para vosotros
Quiero deciros algunas cosas importantes antes de empezar nuestro viaje.

Lo he vivido todo. Este es uno de los problemas de narrar acontecimientos en primera persona. El lector sabe que el narrador no ha muerto. Por lo tanto, me pase lo que me pase, me haya pasado lo que me haya pasado, puedes estar seguro de que lo he vivido por completo, aunque haya cambiado un poco a partir de la experiencia, para bien o para mal: tú decides cómo.

Puede que haya puntos en los que digas: «Oye, ¿cómo sabe que ocurrió este hecho o que esta persona dijo tal o cual cosa, si no estaba allí?». La respuesta a esa pregunta es que averigüé lo suficiente después para rellenar los espacios en blanco, o en algunos casos deduje lo que había sucedido, o en otros decidí que debía haber sucedido así aunque no fuera así.

Nací en julio de 1952. Estoy a punto de cumplir cuarenta años. Diablos, soy viejo, ¿no? Ya no soy, como decían las críticas sobre mí, «un joven talento prometedor». Soy lo que soy. Llevo escribiendo desde que estaba en la escuela secundaria, y he estado inventando historias mucho antes de darme cuenta exactamente de lo que estaba haciendo. Mi trabajo como escritor se publica desde 1978. ¿O es «autor»? Escritor de libros de bolsillo, como dicen los Beatles. ¿Autor de libros de bolsillo, de tapa dura? Sin embargo, una cosa es cierta: ciertamente tengo la espalda rígida. He recibido reproches y gentilezas como cualquier otro hermano o hermana en esta tierra nuestra. He tenido la suerte de poder crear personajes y palabras de la nada. ¿Escritor? ¿Autor?

¿Qué tal narrador?

Quería poner mis recuerdos en papel, donde pueda conservarlos. Sabes, creo en la magia. Nací y crecí en años mágicos, en un pueblo mágico, entre magos. Casi todos los demás no se daban cuenta de que vivían en esa red de magia, formada por los hilos de plata del destino y las circunstancias. Pero yo siempre lo supe. A los doce años, el mundo era mi linterna mágica, y a través de su fantástica luminiscencia verde veía el pasado, el presente y el futuro. Tú también, probablemente, sólo que no lo recuerdas. Verás, esto es lo que pienso: al principio, todos conocemos la magia. Venimos al mundo y dentro de nosotros hay torbellinos, incendios forestales y cometas. Venimos al mundo capaces de cantar con los pájaros, de ver en las nubes y de leer nuestro destino en los granos de arena. Pero luego, la magia que llevamos dentro es borrada por la educación y la iglesia; es azotada, lavada, peinada.

Se nos pone en el camino recto y estrecho y se nos dice que debemos comportarnos de forma responsable. Comportarnos de acuerdo con nuestra edad y madurar, ¡por el amor de Dios! ¿Y sabes por qué nos dicen esto? Porque la gente que nos lo dice tiene miedo de que seamos jóvenes y salvajes, y porque la magia que conocemos les ha hecho avergonzarse y entristecerse por lo que han dejado marchitar en su interior.

Sin embargo, después de alejarte tanto de la magia, nunca la recuperas realmente. Sólo durante unos segundos. Sólo unos segundos de saber y recordar. Cuando la gente se conmueve en el cine, es porque allí, en esa sala oscura, son tocados, aunque sólo sea por un breve instante, por el lago dorado de la magia. Luego vuelven a salir, a la luz cruel de la lógica y la razón, y el lago se seca; entonces sienten una tristeza en el corazón y no saben explicar por qué. Cuando una canción despierta un recuerdo, cuando fajos de polvo rodando en una brizna de luz distraen tu atención del mundo, cuando escuchas a un tren correr por las vías hasta bien entrada la noche y te preguntas adónde va, entonces vas más allá de lo que eres y de dónde estás. Durante un breve instante, has entrado en el reino de la magia.

Eso es lo que yo creo.

Lo cierto es que, con cada año que pasa, nos alejamos de esa esencia que nació con nosotros. Se nos imponen cargas, algunas buenas, otras no tan buenas. Nos pas

La verdad es que, con cada año que pasa, nos alejamos de esa esencia que nació con nosotros. Se nos imponen cargas, algunas buenas, otras no tan buenas. Nos pasan cosas. Nuestros seres queridos mueren. Algunos sufren accidentes y quedan lisiados. La gente se pierde, por una razón u otra. No es tan difícil en este mundo de laberintos locos. La vida misma hace todo lo posible por arrebatarnos ese recuerdo de magia. No sabes lo que pasa hasta que un buen día te das cuenta de que has perdido algo, pero no sabes muy bien qué. Es como cuando sonríes a una chica guapa y te llama «señor». Estas cosas pasan.

Estos recuerdos de quién fui y dónde viví son importantes para mí. Contribuyen en gran medida a lo que seré cuando mi viaje llegue a su fin. Necesitaré el recuerdo de la magia si quiero volver a practicarla. Necesito saber y recordar, y quiero contártelo.

Me llamo Cory Jay Mackenson. Mi ciudad natal es un lugar llamado Zephyr, en el sur de Alabama. Allí nunca hacía demasiado frío, ni demasiado calor. Las calles estaban sombreadas por robles y las casas tenían porches delanteros y mosquiteras en las ventanas. Había un parque con dos campos de béisbol, uno para niños y otro para adultos. Había una piscina pública donde el agua era azul y limpia y los niños se zambullían hasta el fondo por unos céntimos. Había una barbacoa el 4 de julio y una competición de natación al final del verano. Cuando yo tenía doce años, en 1964, Zephyr tenía una población de unos mil quinientos habitantes. Había el Bright Star Cafe, unos grandes almacenes Woolworth's y una pequeña tienda de comestibles Piggly-Wiggly. Había una casa donde vivían las chicas de mala reputación, en la ruta 10. No todos los hogares tenían televisión. El alcohol estaba prohibido en el condado, lo que significaba que prosperaban las destilerías clandestinas de whisky. Las carreteras iban al sur, al norte, al este y al oeste, y por la noche pasaba un tren de mercancías con destino a Birmingham, dejando tras de sí un olor a hierro quemado. Zephyr tenía cuatro iglesias, una escuela primaria y un cementerio en lo alto de Poulter Hill. Cerca había un lago tan profundo que bien podría no haber tenido fondo. Mi ciudad estaba llena de buenos y malos, gente honrada que conocía la belleza de la virtud, y otros para quienes la belleza era mentira. Mi ciudad era probablemente muy parecida a la tuya.

Pero Céfiro era un lugar mágico. Los espíritus se paseaban a la luz de la luna. Salían de sus tumbas cubiertas de hierba, se paraban en la ladera y hablaban de los viejos tiempos, de cuando la Coca-Cola sabía realmente bien y se podía distinguir a un demócrata de un republicano. Lo sé porque los he oído. El viento en Zephyr soplaba a través de las mosquiteras, trayendo el aroma de la madreselva para despertar el amor, y los destellos azules descargados en la tierra para despertar el odio. Teníamos tormentas de viento y períodos de sequía, y el río que corría cerca de mi pueblo tenía la mala costumbre de desbordarse. Cuando tenía cinco años, durante la primavera, una inundación trajo serpientes a las calles. Entonces llegaron los cuervos a centenares en un tornado negro y recogieron las serpientes con sus picos asesinos, y el río volvió a su cauce como un perro azotado. Entonces salió el sol como un toque de trompeta, y el vapor se elevó arremolinándose desde los tejados manchados de sangre de la ciudad.

Teníamos una reina negra de ciento seis años. Teníamos un pistolero que le había salvado la vida a Wyatt Herp en el O.K. Corral. Teníamos un monstruo en el río y un secreto en el lago. Teníamos un fantasma que aparecía en la carretera conduciendo un dragster negro con lenguas de fuego pintadas en el capó. Tuvimos un Gabriel y un Lucifer, y un rebelde que se levantaba de la tumba. Teníamos un invasor extraterrestre, un niño con un brazo milagroso, y teníamos un dinosaurio que vagaba libre por la calle Merchants.

Era un lugar mágico.

En mí están los recuerdos de mi vida de niño transcurrida en ese reino de encanto.

Lo recuerdo.

Hay cosas que quiero contarte.

Opinión.

Este fue uno de los libros más importantes de mi adolescencia. Hermoso y poético. En mi opinión, el mejor de Robert McCammon.

Lo leí en el verano del 92. Durante semanas, después de leerlo y antes de dormirme, recordaba la historia, y de la historia, el misterio de aquella pobre víctima, tan bien dibujada en la portada por Oscar Chicconi, boca abajo, suspendida entre los abismos del lago que se la había tragado y las hojas que fluían sobre el agua.

Con los ojos cerrados. Esperando ser rescatada, aunque ya no respiraba. A veces me dan ganas de releerlo, luego pienso que no será posible volver a esas viejas emociones, así que me limito a recomendarlo. Lástima que esté descatalogado.

Premios.

Muerte al Alba (Boy's Life) fue ganador del Premio Bram Stoker 1991 y del Premio World Fantasy 1992 a la mejor novela.

Queda pues, en mi opinión, totalmente justificados los premios. Quizás menos el Bram Stoker, por cuanto difícilmente puedo calificarlo de terror (aunque haya fantasmas, monstruos y asesinos), pero tampoco voy a protestar mucho (y eso que fue un año bastante competitivo, con finalistas como «La tienda» y «La Torre Oscura III: Las tierras baldía», de Stephen King, «El médico» de Thomas Disch y «Un verano tenebroso», de Dan Simmons). En cuanto al World Fantasy Award de 1992, «Muerte al alba» derrotó a títulos como «Danza de huesos» de Emma Bull, «El país pequeño» de Charles de Lint o «El museo del perro» de Jonathan Carroll.

Tras este éxito, McCammon publicó otra novela, «Huida al sur», en 1992, y en la cima de su popularidad sufrió una crisis de identidad, lo que unido a desavenencias con su editor por querer pasarse a la novela histórica (con ciertos elementos sobrenaturales) hizo que abandonara el mercado por toda una década. Su retorno en 2002 con «Speaks de nightbird» (el inicio de una saga, ambientada en tiempos coloniales, que ya va por los siete libros), no logró alcanzar el mismo impacto, y de hecho el cambio en el panorama editorial (junto con el alejamiento del género por el que es principalmente conocido… aunque su evolución, tras leer «Muerte al alba» resulta perfectamente lógica) ha hecho que desde los años noventa no se haya vuelto a publicar (ni prácticamente reeditar) ninguna de sus novelas en español, lo cual posiblemente sea una pena, porque desde luego McCammon es un autor a reivindicar, más allá de su terror ochentero.

Source images / Fuente imágenes: Robert McCammon.

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